Como director de Terraética, he observado una evolución interesante en las necesidades de nuestros clientes mexicanos durante los últimos años. Cada vez con mayor frecuencia, empresas que ya cuentan con sistemas robustos de reporte ESG llegan a nosotros con una sensación particular: sienten que algo les falta, que a pesar de tener todos los indicadores en orden y cumplir con los marcos internacionales, no logran capturar completamente el valor real que están generando.
Esta inquietud cobra especial relevancia en el contexto actual mexicano, donde según la CNBV, a partir de 2025, todas las emisoras del país deberán adoptar las Normas Internacionales de Sostenibilidad IFRS S1 y S2. Paradójicamente, mientras que de acuerdo con estudios de SAP, el 55% de las empresas mexicanas ya consideran la sostenibilidad como una prioridad comercial y el 24% están implementando estrategias ESG, los datos también revelan que 4 de cada 10 empresas no publican reportes de sostenibilidad y el 30% de las empresas mexicanas en el índice MSCI están rezagadas en temas ESG, según reportes del Consejo Consultivo de Finanzas Verdes.
Esta dualidad nos ha llevado a profundizar en las diferencias fundamentales entre dos aproximaciones que, aunque complementarias, operan bajo lógicas distintas: la medición de impacto experimental y el reporte ESG tradicional. El reporte ESG funciona como un sistema de monitoreo continuo que documenta actividades, recursos invertidos y resultados operacionales siguiendo estándares establecidos como GRI, SASB o los marcos de la UE. Su fortaleza radica en la comparabilidad, la sistematización y la capacidad de comunicar de manera consistente el desempeño sostenible de la organización. Por otro lado, la medición de impacto experimental se centra en establecer relaciones causales específicas entre las intervenciones de la empresa y los cambios observados en las comunidades, el medio ambiente o la economía local, utilizando metodologías que permiten aislar el efecto neto de la empresa de otros factores contextuales.
La diferencia conceptual es profunda. Mientras que un reporte ESG puede documentar que una empresa de retail con operaciones en el sureste mexicano contrató 2,400 personas de comunidades rurales, invirtió $15 millones en programas de desarrollo comunitario y redujo sus emisiones de CO2 en 18%, la medición de impacto experimental buscaría responder preguntas causales más complejas: ¿En qué medida específicamente esa contratación mejoró los ingresos familiares comparado con lo que hubiera ocurrido sin la presencia de la empresa? ¿Cuánto del desarrollo económico regional es atribuible directamente a las operaciones de la compañía versus otros factores como políticas gubernamentales o ciclos económicos?
Esta distinción se vuelve especialmente relevante cuando consideramos los desafíos metodológicos que enfrentan las empresas mexicanas en un país donde, según datos del INEGI, las cinco entidades de mayor participación en el PIB nacional son CDMX (17.5%), Estado de México (8.9%), Nuevo León (7.3%), Jalisco (6.9%) y Veracruz (4.6%), mientras que las cinco que menos aportan son Zacatecas, Baja California Sur, Nayarit, Colima y Tlaxcala, con apenas 3.6% del total. Esta disparidad regional significa que los impactos de una misma intervención pueden variar dramáticamente dependiendo del contexto local.
Uno de nuestros clientes, una empresa de infraestructura que opera en múltiples estados, tenía un reporte ESG impecable que documentaba minuciosamente sus inversiones en educación, salud y desarrollo económico local. Sin embargo, cuando implementamos una medición de impacto experimental en tres de sus proyectos, descubrimos patrones inesperados: mientras que sus programas educativos mostraban efectos estadísticamente significativos en el rendimiento académico de estudiantes en Puebla, el impacto en Oaxaca era marginal debido a factores contextuales que el reporte ESG no había capturado, como la interacción con programas gubernamentales preexistentes y dinámicas culturales específicas.
El reporte ESG sobresale en contextos donde la empresa necesita comunicar de manera sistemática y comparable su desempeño sostenible a inversionistas, reguladores y stakeholders internacionales. Su ventaja radica en la eficiencia operativa: una vez establecido el sistema, el costo marginal de generar reportes adicionales es relativamente bajo, y la información es inmediatamente comparable con benchmarks sectoriales. Para empresas que cotizan en bolsa o buscan financiamiento internacional, el reporte ESG se convierte en una herramienta estratégica indispensable que facilita la toma de decisiones de inversionistas y permite acceso a instrumentos financieros verdes.
Esto cobra especial importancia considerando que, acorde al Climate Policy Initiative, la falta de atención a los riesgos climáticos podría representar pérdidas económicas de hasta 2.3 trillones de dólares a nivel mundial, y que según análisis de Deloitte, un aumento de 10 puntos en el ESG score conlleva un incremento de entre 2.7% y 4.7% en la valoración empresarial.
La medición de impacto experimental, por su parte, brilla cuando la empresa necesita optimizar la efectividad de sus intervenciones o cuando enfrenta cuestionamientos específicos sobre su contribución al desarrollo. Uno de nuestros clientes del sector agroindustrial invirtió durante años en programas de capacitación técnica para pequeños productores en Michoacán, documentando diligentemente en sus reportes ESG el número de productores capacitados, horas de formación impartidas y recursos invertidos. Sin embargo, la productividad regional permanecía estancada. Mediante un diseño experimental que comparó productores capacitados con grupos de control similares, identificamos que el programa era efectivo técnicamente, pero que las barreras para adoptar las nuevas prácticas estaban relacionadas con acceso a crédito y redes de comercialización, no con conocimiento técnico. Esta información permitió a la empresa reorientar su estrategia de manera más efectiva.
Los desafíos de implementación difieren sustancialmente entre ambas aproximaciones. El reporte ESG enfrenta principalmente retos de sistematización, consistencia temporal y alineación con marcos internacionales que evolucionan constantemente. Las empresas mexicanas frecuentemente luchan con la integración de datos provenientes de diferentes unidades de negocio, la verificación de información de terceros, y la traducción de impactos locales a métricas estandarizadas internacionalmente. Esto se complica por el hecho de que, según el estudio de SAP, el 50% de las empresas mexicanas afirman que se les dificulta medir el resultado de las acciones de sostenibilidad, mientras que el 52% dice que les cuesta demostrar el retorno de inversión.
La medición de impacto experimental, en contraste, enfrenta desafíos metodológicos más complejos: identificar grupos de comparación apropiados en contextos donde la empresa ha operado por años, aislar efectos causales en economías locales interconectadas, y manejar la variabilidad contextual que caracteriza la diversidad regional mexicana. En un país donde, de acuerdo con la OCDE, el índice de brecha de pobreza es de 34.2, muy por encima del promedio que ronda 28.7, estos desafíos se amplifican por las marcadas desigualdades socioeconómicas.
El costo-beneficio también presenta trade-offs interesantes. Un sistema de reporte ESG robusto requiere una inversión inicial considerable en sistemas, capacitación y procesos, pero genera valor continuo con costos marginales decrecientes. La medición de impacto experimental tiene una estructura de costos diferente: cada estudio requiere diseño metodológico específico, trabajo de campo intensivo y análisis estadístico especializado, pero proporciona información accionable que puede transformar la efectividad de las intervenciones.
Un ejemplo tangible de esta diferencia la encontramos con una empresa del sector alimentario que opera en seis estados del país. Su reporte ESG documentaba un programa de desarrollo de proveedores locales que había involucrado a 450 pequeños productores, invirtiendo $8.2 millones durante tres años. Los indicadores mostraban incrementos en volumen de compras locales del 35% y capacitaciones a 89% de los proveedores. Sin embargo, cuando realizamos una medición experimental comparando ingresos de productores participantes versus un grupo control en la misma región, descubrimos que solo el 23% del incremento en ingresos era atribuible directamente al programa. El resto se explicaba por mejoras en precios de commodities y programas gubernamentales concurrentes. Esta información permitió a la empresa rediseñar su intervención, enfocándose en componentes que generaban mayor impacto diferencial.
La complementariedad entre ambas aproximaciones se vuelve evidente cuando consideramos el ciclo de madurez de las empresas en sostenibilidad. Organizaciones en etapas iniciales frecuentemente necesitan primero establecer sistemas de reporte ESG que les permitan entender sistemáticamente su desempeño y comunicarlo efectivamente. Una vez que estos sistemas están consolidados, la medición de impacto experimental ofrece la siguiente frontera de sofisticación, permitiendo optimizar intervenciones específicas y generar evidencia robusta sobre contribuciones causales al desarrollo.
En el contexto mexicano, hemos observado que empresas con operaciones multi-regionales encuentran particular valor en combinar ambas aproximaciones. El reporte ESG les permite mantener consistencia en comunicación corporativa y cumplimiento regulatorio, mientras que estudios experimentales focalizados en regiones específicas les proporcionan insights para adaptar sus estrategias a las particularidades locales. Esta combinación resulta especialmente poderosa en un país donde, según datos del INEGI, estados como Quintana Roo (-24.1%), Baja California Sur (-23.5%) y Tlaxcala (-12.1%) reportaron decrementos significativos en su PIB, mientras otros mantuvieron crecimiento positivo.
El panorama regulatorio actual refuerza esta necesidad de sofisticación. Con la implementación escalonada del aseguramiento independiente que inicia con aseguramiento limitado en 2027 y aseguramiento razonable en 2028, según las nuevas disposiciones de la CNBV, las empresas necesitarán no solo documentar sus actividades sino demostrar impactos reales y medibles. Aquí es donde la convergencia entre reporte ESG y medición experimental se vuelve estratégica.
También resulta revelador que, conforme al Monitor MERCO, que evalúa a 100 empresas mediante 35,000 encuestas, Grupo Bimbo ha liderado por once años consecutivos como la empresa más responsable, demostrando la importancia de la consistencia en el reporte ESG, mientras que su programa «Buen Vecino» y las iniciativas de «Escuelas de Lluvia» que han beneficiado a más de 17,000 estudiantes en 19 municipios ejemplifican intervenciones específicas que podrían beneficiarse de medición experimental para optimizar su efectividad.
La convergencia se vuelve aún más evidente cuando consideramos que, según el Banco Mundial, México cuenta con casi 130 millones de personas y se posiciona entre las quince economías más grandes del mundo, pero mantiene desafíos de crecimiento, inclusión y reducción de pobreza. En este contexto, las empresas que combinan reporte ESG sistemático con medición experimental pueden contribuir más efectivamente al desarrollo nacional mientras fortalecen su posicionamiento competitivo.
Lo que resulta claro de nuestra experiencia es que ambas aproximaciones responden a necesidades legítimas pero diferentes. El reporte ESG satisface requerimientos de transparencia, comparabilidad y comunicación sistemática que son fundamentales en el entorno empresarial contemporáneo. La medición de impacto experimental aborda la necesidad creciente de evidencia causal y optimización de intervenciones que permiten maximizar el valor social y ambiental generado por cada peso invertido.
La elección entre una u otra aproximación, o la decisión de combinar ambas, debe basarse en el momento específico en que se encuentra la organización, sus objetivos estratégicos, y las preguntas particulares que necesita responder. Para empresas que sienten que sus sistemas de reporte ESG, aunque completos, no capturan completamente su impacto real, la medición experimental puede proporcionar esa perspectiva causal que están buscando. Ambas opciones son no solo válidas sino necesarias en el ecosistema empresarial mexicano actual, cada una con sus ventajas distintivas y su lugar en la evolución hacia una gestión más sofisticada del impacto sostenible.
Fuentes consultadas:
- Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) – Disposiciones sobre Normas IFRS S1 y S2, 2025
- SAP – «La Sostenibilidad en la Agenda del Liderazgo de México y Latinoamérica», 2023
- Monitor Empresarial de Reputación Corporativa (MERCO) – Responsabilidad ESG México 2024
- Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) – PIB por entidad federativa
- Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) – Índice de brecha de pobreza México
- Climate Policy Initiative – Riesgos climáticos y pérdidas económicas globales
- Deloitte – «El impacto del ESG score en el valor de las compañías», 2024
- Consejo Consultivo de Finanzas Verdes – Reporte sobre empresas mexicanas y sostenibilidad
- Banco Mundial – Panorama general México, 2025
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Dr Roberto Carvallo Escobar
Director de Terraética