Tengo una teoría controversial: las inversiones en descarbonización están generando algunos de los impactos sociales más transformadores que he visto en décadas de trabajo en sustentabilidad. Y casi nadie los está midiendo.

No hablo de los obvios. No hablo de «empleos verdes creados» o «inversión comunitaria». Esos los reportan todos. Hablo de impactos profundos, sistémicos, multigeneracionales que están sucediendo en las comunidades donde llegan estos proyectos. Impactos que, si los midiéramos bien, cambiarían por completo la narrativa sobre la transición energética.

Pero aquí está el problema: mientras tenemos metodologías sofisticadas para medir cada tonelada de CO2 evitada, cuando se trata de capturar el valor social real de estas inversiones, estamos usando herramientas del siglo pasado para medir transformaciones del siglo XXI.

Y eso no es solo una oportunidad perdida. Es una negligencia estratégica. Porque si no puedes demostrar el impacto social de tus inversiones en descarbonización, estás dejando sobre la mesa:

  • Legitimidad social que necesitarás para proyectos futuros
  • Narrativas poderosas que podrían atraer más inversión
  • Aprendizajes críticos sobre cómo maximizar ese impacto
  • Y fundamentalmente, justicia hacia las comunidades que te permiten operar

Después de años en Terraetica viendo proyectos de transición energética, he llegado a una conclusión: no estamos aprovechando el potencial completo de la descarbonización porque no sabemos medir todo lo que está pasando.

Déjenme mostrarles lo que estamos perdiendo.

El multiplicador invisible: cuando 100 millones se convierten en 340

Una empresa invirtió 120 millones de pesos en un proyecto de eficiencia energética en una región industrial. Objetivo: reducir emisiones. Resultado medido: reducción de 18,000 toneladas de CO2 al año. Perfecto, misión cumplida.

Pero nadie estaba midiendo lo que realmente estaba pasando en la economía local.

Esos 120 millones no simplemente «se gastaron». Se inyectaron en una economía regional. Generaron demanda para proveedores locales: transporte, alimentación, materiales, servicios. Esos proveedores contrataron más gente. Esa gente gastó en comercios locales. Los comercios compraron más inventario.

Un economista especializado en desarrollo regional que traje al proyecto hizo el cálculo: por cada peso invertido en el proyecto, se generaban 2.8 pesos de actividad económica en la región. El multiplicador económico era de 2.8x.

Traducción: esos 120 millones generaron 340 millones en actividad económica total en esa comunidad. Pero como nadie lo midió inicialmente, nadie lo reportó. El proyecto se veía como «120 millones invertidos». La realidad era «340 millones de impacto económico».

¿Cuántos proyectos de descarbonización están generando estos efectos multiplicadores sin saberlo? ¿Cuánto valor social estamos dejando invisible por no medir más allá del primer nivel?

La transformación educativa que nadie documenta

Aquí viene uno de mis impactos favoritos que nadie mide: el cambio aspiracional en las comunidades.

Un parque eólico se instaló en una zona rural donde la expectativa histórica de los jóvenes era migrar a la ciudad o trabajar en agricultura de subsistencia. No había otras opciones visibles.

Los empleos directos del parque fueron 15. Quince. En una comunidad de 6,000 habitantes. Estadísticamente irrelevante, dirían los escépticos.

Pero tres años después, algo había cambiado profundamente en esa comunidad.

La secundaria local había creado un programa de formación en energías renovables. La preparatoria tenía lista de espera para su nueva especialidad técnica en mantenimiento eólico. Cinco jóvenes de la comunidad estaban estudiando ingenierías relacionadas con energía en la universidad (antes eran cero).

Y aquí está lo fascinante: cuando entrevisté a estos estudiantes, todos dijeron lo mismo: «Antes no sabía que esto existía como opción.»

El parque eólico no solo generó 15 empleos. Expandió el universo de posibilidades de una generación completa. Creó aspiraciones que no existían. Puso en el mapa cognitivo de los jóvenes carreras y futuros que eran invisibles.

¿Cómo mides eso? ¿Cómo capturas el valor de cambiar la trayectoria aspiracional de 100, 200, 500 jóvenes? ¿Cómo reportas «aumentamos el rango de futuros posibles que esta comunidad puede imaginar»?

No lo sé. Pero sé que es infinitamente más valioso que los 15 empleos directos que todos reportan.

El impacto de género que está en todas partes y en ningún reporte

Esto me voló la mente cuando empecé a notarlo.

Un proyecto de transición energética en una zona industrial estaba contratando para posiciones técnicas. Históricamente, esa industria era 91% masculina. Pero las empresas de renovables tenían políticas de diversidad más agresivas.

Dos años después, el 34% de las nuevas contrataciones en el sector energético de esa región eran mujeres. Y no solo en administración. En roles técnicos, operativos, de liderazgo.

«Ok», dirás, «eso se reporta como indicador de diversidad.»

Pero espera. Porque nadie estaba midiendo los efectos secundarios.

Esas mujeres, con mejores salarios que el promedio regional, estaban:

  • Reinvirtiendo más en educación de sus hijos (estudios demuestran que el ingreso controlado por mujeres se gasta diferente)
  • Cambiando dinámicas de poder en sus hogares
  • Modelando opciones profesionales para niñas de la comunidad
  • Creando redes de mentoría informal
  • Generando demanda para servicios (guarderías, transporte) que a su vez empleaban más mujeres

El efecto cascada era enorme. Pero como nadie lo estaba mapeando sistemáticamente, nadie podía decir: «Nuestro proyecto de descarbonización está generando un cambio estructural en las dinámicas de género de esta región.»

¿Por qué no? Porque medir esto requiere ir más allá de «porcentaje de mujeres contratadas» y entender los efectos sistémicos. Nadie hace eso. Es demasiado complejo. Entonces el impacto queda invisible.

El dividendo de salud que nadie pone en la ecuación

Una planta de energía solar reemplazó a una antigua planta termoeléctrica de carbón en una zona urbana. El cálculo típico de impacto: toneladas de CO2 evitadas. Fin del análisis.

Pero un investigador local en salud pública estaba estudiando otra cosa. Y tres años después de la transición, publicó sus hallazgos:

  • Reducción del 27% en hospitalizaciones por enfermedades respiratorias en la zona
  • Disminución del 19% en consultas pediátricas por asma
  • Mejora medible en función pulmonar en adultos mayores
  • Reducción en días laborales perdidos por enfermedad

Cuando traducimos esto a valor económico (costos de salud evitados, productividad preservada), el beneficio social anual era de 14 millones de pesos. Cada año. En perpetuidad mientras la planta solar opere.

El proyecto había costado 280 millones. La reducción de CO2 justificaba la inversión desde la perspectiva ambiental. Pero el beneficio de salud solo era casi 5% del costo de inversión por año. A 20 años, el beneficio de salud acumulado superaba el costo total del proyecto.

Pero como este beneficio nunca se incorporó al análisis de impacto, nadie lo reportó. Quedó en un paper académico que nadie en la empresa leyó.

Multiplica esto por los cientos de proyectos de descarbonización que están mejorando calidad del aire en zonas pobladas. ¿Cuánto valor social estamos dejando sin documentar?

La identidad comunitaria que se transforma

Este es más difuso pero increíblemente poderoso.

Una región minera estaba en declive. Su identidad colectiva estaba atada a la extracción de carbón por tres generaciones. Cuando llegó la transición energética, el miedo era que la comunidad perdiera no solo empleos, sino su sentido de quiénes eran.

Se instaló un clúster de proyectos de energía renovable. Y algo curioso empezó a pasar.

La comunidad empezó a redefinirse. De «ciudad minera» a «hub de energía verde». Los negocios locales empezaron a usar «powered by local renewable energy» en sus anuncios. Las escuelas cambiaron su enfoque educativo hacia tecnologías limpias. El gobierno municipal empezó a atraer más proyectos verdes usando su nueva identidad.

En cinco años, esa región pasó de tener una economía en contracción a ser el centro de atracción de inversión en renovables de la zona. Pero no solo por infraestructura. Por identidad.

¿Cómo mides «cambio de identidad colectiva»? ¿Cómo capturas el valor de que una comunidad pasó de narrativa de decline a narrativa de futuro?

No lo sé. Pero sé que en términos de atracción de inversión, retención de talento joven, y viabilidad económica a largo plazo, esa transformación identitaria vale millones.

Y apuesto lo que sea a que ninguna empresa reportó «transformamos la identidad colectiva de la región» en su reporte de impacto.

El conocimiento que se queda (y se multiplica)

Una empresa internacional instaló un proyecto de hidrógeno verde. Como parte del proyecto, capacitaron a 200 técnicos locales en tecnologías que no existían en la región.

Reporte típico de impacto: «200 personas capacitadas.»

Pero cinco años después, esos 200 técnicos:

  • Habían capacitado informalmente a otros 500 (conocimiento que se multiplica)
  • Habían formado 12 empresas de servicios técnicos que ahora sirven a múltiples proyectos
  • Uno abrió un centro de capacitación que ya graduó a 300 más
  • Varios estaban enseñando en escuelas técnicas locales
  • La región ahora tenía una ventaja competitiva en talento especializado que atraía más proyectos

El conocimiento no se consumió. Se quedó, se multiplicó, se institucionalizó.

Pero como la empresa solo reportó las 200 personas capacitadas inicialmente, se perdió todo el efecto multiplicador. El verdadero impacto era 10x o 20x mayor que lo reportado.

Aquí está la pregunta filosófica (gracias por los años de estudiar epistemología): ¿cuál es el valor de conocimiento que perdura y se replica en una comunidad? Es incalculable. Pero también, crucialmente, medible si te tomas la molestia.

El efecto retención: los jóvenes que no se van

La migración juvenil es una de las métricas más devastadoras para comunidades rurales. Los jóvenes se van porque no hay futuro. Las comunidades envejecen, se contraen, mueren.

Una región agrícola estaba perdiendo 8% de su población joven cada año. Proyectado a 20 años, era una sentencia de muerte demográfica.

Llegó un clúster de proyectos de energía renovable. Empleos directos: 200 en una región de 40,000 habitantes. Insignificante, pensarías.

Pero cinco años después, la tasa de migración juvenil había bajado de 8% a 2.3% anual.

¿Por qué? Porque esos 200 empleos directos estaban generando 600 empleos indirectos en servicios. Porque las empresas de renovables estaban atrayendo otras empresas de tecnología. Porque la infraestructura mejorada para los proyectos (caminos, comunicaciones) beneficiaba a todos. Porque los jóvenes empezaban a ver futuro donde antes no lo veían.

El impacto demográfico de retener a tu población joven es colosal. Afecta viabilidad de escuelas, servicios, comercios, desarrollo futuro. Es la diferencia entre una comunidad que prospera y una que se extingue.

Pero ¿quién está midiendo el efecto de los proyectos de descarbonización en patrones migratorios? Casi nadie. Es demasiado indirecto. Toma demasiado tiempo. Requiere seguimiento longitudinal.

Entonces queda invisible. Un impacto social masivo que nadie captura.

La infraestructura «de regalo» que beneficia a todos

Los proyectos de descarbonización necesitan infraestructura: caminos, electricidad confiable, comunicaciones, sistemas de agua. Esa infraestructura se construye para el proyecto, pero beneficia a toda la comunidad.

Un parque solar en una zona remota requería caminos pavimentados para transportar equipos. Costo: 40 millones de pesos, pagados por el proyecto.

Esos caminos ahora benefician a:

  • Agricultores que pueden transportar productos más rápido (reduciendo pérdidas)
  • Servicios de emergencia que llegan en la mitad de tiempo
  • Estudiantes que pueden ir a escuelas más lejanas
  • Comercios que reciben suministros más fácilmente
  • Turismo que puede acceder a zonas naturales

El valor económico anual de esa infraestructura mejorada para la comunidad: estimado en 8 millones de pesos. Por año. El proyecto pagó 40 millones una sola vez. La comunidad recibe 8 millones de valor cada año en perpetuidad.

Pero como la infraestructura se reporta como «costo del proyecto» y no como «inversión comunitaria», nadie captura ese valor social. Es invisible en todos los reportes.

¿Cuántos proyectos de descarbonización están dejando infraestructura valiosa sin documentar ese impacto?

Por qué no estamos midiendo (y por qué deberíamos)

Llegamos a la pregunta incómoda: si estos impactos son tan valiosos, ¿por qué nadie los mide?

Varias razones:

1. Es complejo Medir toneladas de CO2 es técnicamente sofisticado pero metodológicamente establecido. Medir «cambio en aspiraciones generacionales» requiere diseño de investigación social, seguimiento longitudinal, métodos mixtos. Es más difícil.

2. Toma tiempo Muchos impactos sociales profundos se manifiestan en 5, 10, 15 años. Pero los ciclos de reporte son anuales. Queremos resultados ya.

3. Es caro Hacer mediciones sociales rigurosas requiere expertise que las empresas no tienen internamente. Hay que contratar especialistas, invertir en metodología. Es tentador simplemente no hacerlo.

4. Es políticamente complicado ¿Y si mides y descubres que algunos impactos son negativos? ¿O menores de lo esperado? Es más cómodo no saber.

5. No hay estándares Para carbono, tenemos ISO 14064, GHG Protocol, etc. Para impacto social de proyectos de descarbonización no hay nada comparable. Cada quien inventa su metodología.

Pero aquí está por qué deberíamos hacerlo de todos modos:

Legitimidad social: Las comunidades están cada vez más sofisticadas en exigir demostración de valor. «Confía en nosotros» ya no funciona.

Inteligencia estratégica: Si no sabes qué impactos estás generando, no puedes maximizarlos intencionalmente.

Atracción de inversión: Inversores ESG cada vez más quieren ver impacto social real, no solo ambiental.

Justicia: Las comunidades merecen saber qué está pasando en sus territorios. Medir es un acto de transparencia y respeto.

Ventaja competitiva: La primera empresa que demuestre rigurosamente su impacto social completo tendrá una narrativa mucho más poderosa que sus competidores.

Cómo empezar a medir lo invisible

Si te convencí y estás pensando «ok Roberto, ¿y ahora qué?», aquí hay principios para empezar:

Primero: Expande tu definición de impacto

No te limites a empleos directos e inversión comunitaria. Piensa en:

  • Efectos multiplicadores económicos
  • Cambios en capital humano y conocimiento
  • Transformaciones en dinámicas sociales (género, migración, identidad)
  • Beneficios de salud por mejor calidad ambiental
  • Infraestructura que beneficia a todos
  • Cambios aspiracionales y educativos
  • Efectos en cadenas de valor locales

Segundo: Piensa en plazos largos

Los impactos sociales más profundos toman tiempo. Diseña mediciones longitudinales. Comprométete a medir en año 1, año 3, año 5, año 10.

Tercero: Usa métodos mixtos

Combina cuantitativo (datos económicos, demográficos, de salud) con cualitativo (entrevistas, historias, observación etnográfica). Los números cuentan qué, las narrativas cuentan cómo y por qué.

Cuarto: Involucra a las comunidades en el diseño

No definas unilateralmente qué impactos medir. Pregunta a las comunidades qué cambios son importantes para ellas. A veces es lo que no esperabas.

Quinto: Compara con contrafactuales

El mejor método: comparar la comunidad donde hiciste el proyecto con comunidades similares donde no lo hiciste. Eso te permite aislar tu impacto real.

Sexto: Contrata expertise real

Esto no se hace con un consultor genérico. Necesitas científicos sociales, economistas de desarrollo, epidemiólogos, antropólogos. Gente que sabe diseñar investigación social rigurosa.

Séptimo: Reporta honestamente

Si hay impactos negativos, repórtalos. Si hay impactos menores a lo esperado, dilo. La credibilidad viene de la honestidad, no de los reportes color de rosa.

El siguiente gran desafío

Hemos dominado la medición del carbono. Es hora de dominar la medición del impacto social de la descarbonización.

No porque sea obligatorio (todavía). No porque haya estándares establecidos (aún no). Sino porque es lo correcto, lo inteligente, y lo estratégicamente necesario.

Las inversiones en descarbonización van a multiplicarse en la próxima década. Billones de dólares van a fluir hacia proyectos de transición energética. Ese capital va a aterrizar en comunidades reales, con personas reales, con vidas reales.

Esos proyectos van a generar impactos. Masivos, complejos, duraderos. La pregunta es: ¿vamos a medirlos o vamos a seguir ciegos?

Yo voto por medirlos. No solo porque es mi trabajo en Terraetica ayudar a las empresas a hacer esto. Sino porque después de años viendo el valor social que estas inversiones pueden generar, me parece una irresponsabilidad dejarlo invisible.

Como me enseñaron en filosofía cuando estudiábamos ética: si tienes la capacidad de hacer visible lo invisible, tienes la responsabilidad de hacerlo. Especialmente cuando lo invisible son las transformaciones en las vidas de comunidades enteras.

Medir el impacto social de la descarbonización no es el futuro. Es el presente. Solo que la mayoría todavía no lo sabe.

 

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Dr Roberto Carvallo Escobar

Director de Terraética