Llevo más de una década trabajando con organizaciones de la sociedad civil (OSC) en México. Las he visto nacer, crecer, reinventarse… y también frustrarse. Y si hay una etapa en la que más se tropieza, más se pospone y más se sufre, es cuando llega el momento de medir el impacto.
Quiero contarte —sin adornos— lo que he vivido como consultor al acompañar a distintas OSC que han querido hacer una medición de impacto. Lo hago porque, aunque cada organización es única, los desafíos que enfrentan son sorprendentemente comunes. Y sobre todo, porque creo que si los visibilizamos, podemos empezar a resolverlos. O al menos, no repetirlos.
1. El síndrome del «sí queremos medir», pero sin saber para qué
Muchísimas veces me han llamado organizaciones diciendo:
«Queremos medir nuestro impacto porque un donante nos lo pidió» o
«Queremos tener números para justificar nuestra existencia».
Es válido, claro. Pero arrancar una medición de impacto sin claridad del para qué es como querer correr un maratón sin saber si vas a pie, en bici o en chanclas.
Uno de los mayores desafíos es que la medición de impacto se ve como una obligación externa, no como una herramienta interna de aprendizaje y mejora. Me ha pasado estar frente a equipos que quieren evaluar un programa… pero no tienen claridad sobre qué problema están resolviendo. No tienen teoría de cambio. No hay hipótesis clara de lo que esperan cambiar.
Es como querer medir el crecimiento de una planta… sin saber qué semilla sembraste.
2. Las bases de datos Frankenstein
Un clásico: llegar a una OSC que tiene “todo documentado”, pero cuando pides los datos, te entregan:
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Tres Excel distintos sin orden ni estructura
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Fotos de WhatsApp como evidencia de resultados
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Registros en papel (cuando tienes suerte, digitalizados en Word)
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Historias lindas, pero sin fechas ni seguimiento
El caos de la sistematización es enorme. La mayoría de las OSC empezaron a trabajar sin imaginar que algún día tendrían que demostrar resultados con datos. Y aunque la intuición y el compromiso han sostenido muchas intervenciones, llega un punto en que eso ya no basta.
He trabajado con OSC que tuvieron que dedicar semanas enteras solo para limpiar su información, antes de siquiera empezar a pensar en indicadores. Y eso, cuando existe alguna información. A veces, simplemente no hay datos con los que trabajar.
3. El Excelero designado (alias: el que sabía usar fórmulas)
En muchas organizaciones pequeñas o medianas, la medición recae en una sola persona. Generalmente, alguien que “sabe usar Excel” o que alguna vez llevó un curso de indicadores.
Eso deja la medición a la buena voluntad de alguien que hace mil cosas más y que —obviamente— no puede con todo. En un caso reciente, el responsable de indicadores también era el encargado de logística, comunicación y recaudación de fondos. Lo que me encontré fue un Excel confuso, desactualizado y lleno de macros que nadie más entendía.
La medición de impacto no puede recaer en una sola persona, ni puede ser un esfuerzo aislado del resto del equipo.Pero, tristemente, eso es lo más común.
4. El dilema entre lo anecdótico y lo estadístico
Las OSC son expertas en contar historias. Y eso está bien. Las narrativas de vida, los testimonios y los casos emblemáticos son potentes y conmovedores. El problema surge cuando eso se confunde con evidencia de impacto.
En una ocasión, una organización que trabaja con mujeres me mostró cuatro testimonios que ilustraban un cambio profundo en autoestima y autonomía económica. Cuando les pregunté cuántas mujeres habían sido atendidas en total ese año, la respuesta fue “más de 400”.
Entonces la pregunta incómoda fue inevitable:
¿y qué sabemos del impacto en las otras 396?
Pasar de lo anecdótico a lo sistemático requiere metodología, estructura y rigor. No basta con conmover. También hay que contar. Medir. Comparar. Y eso cuesta trabajo.
5. La ansiedad por querer demostrar “impacto” cuando aún no hay condiciones
Esto me ha pasado más de una vez: una organización empieza un programa nuevo, lleva apenas seis meses implementándolo, y ya quiere medir “impacto”.
Les pregunto:
—¿Ya tienen una línea base?
—No.
—¿Ya saben qué variables pueden cambiar a corto plazo?
—Pues no mucho.
—¿Y entonces qué esperan demostrar?
—Es que el donante nos pidió una evaluación.
Aquí hay un error común: confundir monitoreo de resultados con evaluación de impacto.
No todo se puede medir como “impacto” desde el día uno. Hay procesos que requieren tiempo, maduración, repetición. Y forzar una medición sin condiciones puede llevar a conclusiones injustas o equivocadas.
6. El terror a los “malos resultados”
Este es quizás uno de los bloqueos más profundos: el miedo a descubrir que no se logró lo que se pensaba.
Una organización que trabajaba en prevención de violencia me dijo una vez:
«¿Y qué pasa si medimos y sale que no hay cambios? ¿Nos quitan los fondos? ¿Nos juzgan?»
Es un temor legítimo. Porque muchas veces, las OSC sienten que deben demostrar que todo sale bien para seguir existiendo. Pero eso mata la posibilidad de aprender.
Yo siempre digo: medir impacto no es para validar que somos perfectos, sino para aprender dónde sí estamos cambiando cosas… y dónde hay que ajustar.
7. La brecha entre lo que se quiere medir y lo que realmente se puede
He tenido juntas donde una OSC dice cosas como:
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“Queremos medir si nuestras capacitaciones reducen la violencia intrafamiliar.”
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“Queremos saber si nuestros talleres de arte cambiaron la percepción de vida de los adolescentes.”
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“Queremos medir el empoderamiento comunitario con encuestas cada tres meses.”
Todo eso suena bien… en teoría. Pero medir esos efectos requiere herramientas complejas, tiempo, presupuesto, personal capacitado y, a veces, métodos experimentales.
La realidad es que muchas veces las herramientas y capacidades de la organización no dan para medir eso con rigor.Entonces hay que hacer ajustes: usar proxies, reducir la frecuencia, definir escalas simples, trabajar con encuestas antes y después. Pero eso implica aceptar limitaciones, y no todas las OSC están listas para hacerlo.
8. Los donantes que quieren todo… menos pagar por evaluación
Aquí va una que seguramente muchas OSC reconocerán: el donante exige medición de impacto, pero no da ni un peso para hacerla.
Y no es que medir sea carísimo. Pero sí requiere inversión: en tiempo, diseño, levantamiento, sistematización y análisis. Y eso hay que presupuestarlo.
He visto organizaciones exprimir sus recursos para “cumplir” con el informe de impacto, a costa de descuidar la operación. O usar becarios sin experiencia para diseñar encuestas delicadas, solo porque no había forma de contratar a alguien con perfil técnico.
La medición no debería ser un gasto improvisado. Debería ser parte del diseño de cualquier programa.
9. La obsesión con “inventar” indicadores
Muchas OSC creen que deben tener indicadores únicos, sofisticados, casi poéticos. Me han pedido ayuda para medir:
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“el brillo en la mirada del beneficiario”
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“la percepción de dignidad con enfoque comunitario”
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“el renacer emocional después del duelo”
Y sí, todo eso puede ser inspirador… pero los indicadores deben ser medibles, comparables y replicables. No siempre hay que inventar la rueda. Muchas veces basta con adaptar indicadores existentes, validados, contextualizados.
Lo importante no es sonar sofisticado, sino poder demostrar el cambio.
10. Cuando los resultados no se usan para nada
Finalmente, uno de los mayores pecados: cuando la medición se hace, pero no se usa.
El informe se entrega. El PDF se guarda. Nadie lo lee. Nadie cambia nada.
He hecho evaluaciones muy completas que terminaron en un cajón. Otras que, a pesar de los hallazgos, no provocaron ningún ajuste en el programa.
Y eso es profundamente frustrante. Porque medir impacto solo tiene sentido si sirve para mejorar, aprender o tomar decisiones.
¿Y entonces, vale la pena medir?
Sí. Mil veces sí. Pero no desde la ansiedad. No desde la simulación. No desde la presión externa.
Medir impacto es un proceso. Y como todo proceso, se aprende.
Se empieza con poco. Se mejora. Se ajusta. Y, sobre todo, se vive como parte de la misión, no como un apéndice administrativo.
Hoy veo con esperanza a muchas OSC que están dando pasos sólidos. Que han invertido en entender su teoría de cambio. Que han integrado el monitoreo en su día a día. Que usan sus datos para defender causas, mejorar programas y exigir políticas públicas.
A ellas, mi respeto. Y a quienes apenas comienzan: no se espanten. No se presionen. Pero tampoco lo dejen para después.
Porque en un país como México, donde cada esfuerzo cuenta, saber qué cambia gracias a tu trabajo puede ser el paso que falta para escalar tu impacto.
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Dr Roberto Carvallo Escobar
Director de Terraética